Ilusionista escapado de un cuento de Borges. Melingo se presenta en España con su voz, clarinete y su teatro. Escuchar a Melingo es como saborear una película de Fellini con los ojos cerrados. Con Melingo los orígenes del tango se regeneran, como si Carlos Gardel hubiera sido el protagonista de una ópera rock.
 
Su último disco, Anda, ha sido el proyecto más cinematográfico y viajero del actor, poeta y clarinetista argentino. El relato presentado como una cara A y una cara B, dibuja una postal tierna, un código místico, donde el vagabundo surgido de Chagall dialoga con Satie en una melodía indestructible. Este surrealismo es aquel de los años treinta, un tiempo en el que Gardel cantó foxtrots viejos, tarantelas y pasodobles.
 
Su último disco es el más operístico, porque en él se cruzan la historia de Melingo, bardo “trasnochador”, “porteño” y un poco griego, salido de una historia de Buñuel, y el del blues. Es decir, el Tango mismo.
 
Melingo, genial marionetista, titiritero, increíble, está más allá de cualquier clasificación, fuera de lo común, fuera del género. Es un gran artista con una libertad impura y dadaísta.
 
 
 
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