Para muchos, los Ballets Rusos de Diaghilev, la fastuosa compañía parisina que nunca bailó en Rusia, abrió la puerta a la modernidad en el siglo XX. Es un hecho que La consagración de la primavera (1913), de Vaslav Nijinsky, marca un antes y un después en el devenir de la danza. En su momento, los integrantes de esa compañía legendaria fueron vistos como los más atrevidos, los más vanguardistas y avanzados, los más rompedores. Pero en realidad, fueron rompedores exactamente hasta donde se podía romper a principios del siglo pasado, por muy cosmopolita y permisivo que fuera aquel París.

Les noces (Las bodas, 1923), de Bronislava Nijinska, hermana de Nijinsky, también coreógrafa, vista y analizada hoy, parece usar vericuetos y acertijos para posicionarse más bien en contra del matrimonio, negándose a sí misma, pues el tema es una celebración nupcial. Jeux (1913), la obra menos célebre y más vilipendiada de Nijinsky, quizá quiso hablar de homosexualidad con aquel trío que juega a la seducción en un partido de tenis. Pero, con sus obras, los hermanos llegaron hasta dónde la sociedad y la mentalidad de entonces, podía tolerar.

Igra (Juego), la nueva pieza de la agrupación madrileña Kor’sia, ha querido hacer justicia al reconstruir aquellas coreografías y mirar aquella sociedad desde hoy. Pero, cuidado, no se trata de una reposición. Tampoco de una imitación. Ni siquiera es una versión o una reinvención. Se trata más bien de una inspiración documentada, una obra de nueva creación que surge de una investigación rigurosa en esas obras, en la vida de sus creadores y el contexto en que se produjeron y estrenaron. Igra, en definitiva, no reproduce ni recrea, pero en ella moran (tal vez felices) los espíritus de los célebres hermanos.

Omar Khan