Noticia del día: el teatro ha muerto. “Según fuentes policiales el cadáver ha sido encontrado en un teatríbulo clandestino”: así lo recoge el único diario permitido en Ciudad Tierra por el Gobierno Global.
Estamos en el año 2037 y la compañía Ron Lalá se pone al frente del caso Crimen y Telón, montaje con el que la formación dirigida por Yayo Cáceres se enfrenta, por primera vez, al thriller y a una distopía futurista.
Los actores ronlaleros Juan Cañas, Íñigo Echevarría, Daniel Rovalher, y Miguel Magdalena –también responsable de la dirección musical- presentaron su nueva propuesta el pasado viernes en el Teatro Calderón de Valladolid, al que regresan después de haber recalado con Siglo de Oro, siglo de ahora (el pasado mes de mayo), Cervantina (2016) y En un lugar del Quijote (2015).
La obra reivindica el teatro y el arte a partir de una imaginada sociedad en la que cualquier amago de creatividad está penado y perseguido. ¿Quién necesita literatura, música o teatro cuando el Gobierno Global garantiza el «entretenimiento absoluto»?
Se levanta el telón. El teatro ha sido asesinado y todos los espectadores son sospechosos del articidio. El teniente Blanco entra en escena dispuesto a terminar con cualquier resistencia artística, esos teatristas, musicantes o versoadictos que añoran tiempos mejores… como aquel remoto 2018, cuando el Gobierno invertía más en cultura que en armamento y había una librería por cada diez habitantes: dos de los sarcásticos dardos con los que da en la diana el texto firmado por Álvaro Tato. Le acompaña el detective Noir, que en pleno síndrome de abstinencia de la música y la poesía ejerce de narrador a base de flashback: un trepidante repaso a la tragedia y la comedia griega, al teatro francés, inglés y al eterno teatro español de Lope, de Tirso, de Cervantes, de Rojas, de Zorrilla, de Lorca.
La trepidante grafomanía de Tato se precipita in crescendo en un delicioso atracón de versos y de ironía que termina con un ejercicio de «desnudez teatral», como lo describió Daniel Rovalher; o de «striptease», dijo Echevarría, que implica al cuerpo técnico en un desternillante diálogo que toca techo con la aparición del regidor: esa persona que no sabemos a qué se dedica pero que tiene la culpa si algo sale mal.
Vuelve el Ron Lalá ‘del suburbio’
Con este atroz crimen los ronlaleros rompen con el Siglo de Oro y abrazan el género negro –al que, confesaron, “le teníamos muchas ganas desde hacía tiempo”- “al estilo de las novelas clásicas americanas, con tintes de cómic y de cine”, apuntó Echevarría, “una obra en blanco y negro pero con estratégicas explosiones de color”; lo que hace de Crimen y Telón “nuestro espectáculo más oscuro”.
El texto se afloja el corsé del verso clásico y bucea en sus orígenes como compañía. “Es una vuelta al lenguaje contemporáneo”, explicó Cañas, “y a un punto irreverente y gamberro”; o, como apoyó su compañero Daniel Rovalher, “un rearmado de la madurez que ahora tenemos y el Ron Lalá del suburbio”. El ritmo frenético de la acción, sello de identidad de la compañía, es ensalzado hasta el extremo. “Queremos que el espectador salga del teatro como si hubiese salido de una centrifugadora”, bromeó Cañas.
Ironía y ritmo trepidante son tan imprescindibles para la compañía como la música en directo. La banda sonora también da fe de ese giro de 360 grados que ha dado Ron Lalá para mirar lo que fueron pero con una experiencia de dos décadas a la espalda. “Hemos recuperado la batería que utilizábamos en nuestros primeros montajes, hacemos un contraste entre sonidos eléctricos y acústicos para crear varias atmósferas y, por fin, he cumplido un sueño: subir un piano de cola al escenario”, confesó Miguel Magdalena de un montaje con el que ha llevado al límite la presencia de la música “hasta cruzar, en ciertos momentos, la línea del género musical”.

De derecha a izquierda: Íñigo Echevarria, Daniel Rohalvez, el director del Teatro Calderón, José María Viteri; Miguel Magdalena y Juan Cañas.
¿Quién mató el teatro?
Siempre con el humor como arma más acertada para remover conciencias, los ronlaleros “nos reímos de la situación de la cultura, pero para poner la lupa” en un escenario “del que tenemos una cuota de responsabilidad como espectadores y ciudadanos”, según apuntó Cañas, quien apeló al público para recordar “que la cultura no pertenece a las instituciones sino a las personas”.
¿Creen los ronlaleros que nos encaminamos hacia ese 2037 distópico que nos presentan? “Una sociedad sin teatro no sería una sociedad”, opinó el director musical, que considera ese escenario como “otra cosa, como una organización empresarial humana”. “Sería algo militar y robótico”, apoyó Echevarría, quien negó esa posibilidad. “Siempre va a haber alguien que necesite expresarse a través del arte”, concluyó.
Previsiones aparte, los ronlaleros nos lanzan una advertencia con su Crimen y telón: “estamos perdiendo materias como literatura y filosofía del sistema educativo, se están cerrando teatros, la cultura es cada vez más dependiente de intereses electorales…” en este escenario, real y presente, ¿quién está matando al teatro? Acompañemos a Ron Lalá durante una hora y media y seamos sospechosos del articidio. Quizá tengamos más responsabilidad de la que queremos asumir.
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