La demolición del convento de San Francisco supone una de las más trágicas pérdidas patrimoniales e históricas de Valladolid. Fue tal su relevancia en la vida de la ciudad que aún hoy, aunque no sobreviva ningún testigo de su presencia, son muchos los vecinos que se refieren al lado de la Plaza Mayor opuesto al Ayuntamiento como ‘el de San Francisco’.
¡Cómo no ser recordado! Aquí murió Cristóbal Colón en 1506. En sus capillas fue enterrado, un siglo más tarde, el líder irlandés Red Hugh O’Donnell. O Leonor ‘la de los leones’, hija del rey Enrique II de Castilla y conocida así por esta curiosa leyenda.
También recibieron sepultura infantes reales: Pedro, hijo de Violante y Alfonso X, o Enrique, hijo de Fernando III y Beatriz de Suabia. Fue también tumba del noble Álvaro de Luna, favorito del rey Juan II. Las familias más poderosas de la ciudad disponían su descanso eterno junto a tan ilustres personajes: los Mudarra, los Zárate, los Venero Leyva, los Santisteban…
Entre sus muros recibió formación nuestro patrón, San Pedro Regalado.
Además, durante un tiempo, el convento de San Francisco acogió las reuniones del concejo municipal y de las mismísimas Cortes.
Fundación y llegada de la orden franciscana
No se puede asegurar el año exacto de su fundación, ya que la documentación ha desaparecido, pero se sabe que aconteció en el siglo XIII y que el establecimiento de la orden en nuestra ciudad contó con la protección de las reinas Berenguela, Violante y María de Molina.
Se cree que la llegada de los francisanos a la ciudad pudo ocurrir en 1210, aunque las investigaciones más recientes arrojan una fecha posterior. Su primer asentamiento pudo tener lugar en unos terrenos donados por la reina Berenguela “en un sitio en el Río de Olmos, que es ribera del Pisuerga, a un cuarto de legua de Valladolid, camino de Simancas”, según relata el historiador Matías Sangrador Vítores en su Historia de la muy noble y leal ciudad de Valladolid.
Su traslado a lo que hoy es la Plaza Mayor llegó medio siglo después. La oportunidad de abandonar su emplazamiento, en un lugar considerado insalubre por la humedad del cercano río Pisuerga, llegó gracias a la donación que hizo doña Violante (mujer de Alfonso X el Sabio) en 1260 y reafirmó con una carta en 1267. Otra reina, María de Molina, impulsó la orden con la cesión de otras casas colindantes a los dominios franciscanos. Fue estrecha su vinculación con este convento, donde dispuso su ingreso, ya enferma y a las puertas de la muerte.
El vigoroso crecimiento de la villa pronto fagocitó aquel convento que pasó de estar cercano a la ciudad a convertirse en epicentro de la misma. Ocupó un espacio privilegiado, delimitado por la plaza del Mercado (hoy Plaza Mayor), la calle de los Olleros (Duque de la Victoria), la de Santiago y la calle del Verdugo (Montero Calvo).

El más suntuoso convento de la ciudad
Los documentos históricos atribuyen a este convento un destacado papel en la vida no solo religiosa, sino también política, social y cultural de la ciudad. Puede que este haya sido el más importante complejo monástico de la historia de Valladolid.
Así lo describe el historiador Matías Sangrador en su Historia de la muy noble y leal ciudad de Valladolid:
El convento de San Francisco, si se atiende a lo material del edificio, era acaso el más suntuoso de toda la orden, su iglesia del gusto gótico y sus modernos claustros encerraban multitud de obras de un mérito extraordinario, así en pintura como en escultura
Por esta fuente conocemos, también, el imponente patrimonio artístico que atesoraba el convento franciscano. Contaba, entre otras, con una imagen de Nuestra Señora de la Concepción tallada por Gregorio Fernández, en paradero desconocido, y figuras de Juan de Juni, como un conjunto escultórico del Sepulcro que puede verse en el Museo Nacional de Escultura.
Tuvo dos entradas: una a la actual Plaza Mayor y otra frente a la Iglesia de Santiago; esta última, conocida como Puerta de Carretas (una costumbre en los monasterios de la época, también entre los dominicos, que tuvieron su Puerta de los Carros en San Pablo). Fue rematada con una portada que acogía una figura de San Francisco guardada en una hornacina.
Dentro de sus muros contaba con dependencias propias de la vida monástica -iglesia, hospedería, claustros, huertas…-, pero también viviendas particulares, un hospital e, incluso, una botica, de las más importantes de la ciudad.
Subastas, desamortización y derribo
El Boletín Oficial de Valladolid anunció el 6 de agosto de 1836 la puesta en venta del complejo franciscano por algo más de cuatro millones y medio de reales. Era el remate a las anteriores subastas de parte de sus huertas y jardines. Como no hubo comprador, los edificios se demolieron, se reservó una parte del terreno para la apertura de la calle Constitución y el resto se puso a la venta.
Finalmente, las tierras fueron compradas por el empresario navarro asentado en Valladolid Pedro Ochotorena (una muestra de su patrimonio: en 1852 era el quinto mayor contribuyente de la ciudad).
Donde antaño estuvo el más espléndido complejo monástico de la ciudad hoy encontramos algunos de los más vistosos edificios del Valladolid decimonónico: el Teatro Zorrilla, el palacio de Ortiz Vega y el Círculo de Recreo.
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